lunes, 19 de abril de 2010

Claudia Ferrari: Anatomía de un paisaje - Texto de catálogo por Eduardo Stupía

El empleo del color al agua inmediatamente impone la evidencia palpable de que lo acuoso será, más que un medio, todo un carácter, un comportamiento temperamental del lenguaje. En el aleteo impalpable que sobrevuela cada uno de estos ensayos líricos, Claudia Ferrari va y viene de la levedad a la precisión; se propone, y logra, evadirse aun cuando parece anclarse en escenas, atmósferas o paisajes, y en todo habrá una cualidad pregnante y a la vez inmaterial. Su única certeza es el instante, ese punto fluctuante de deliberada volubilidad y modulación justa, donde el fenómeno mandatario es la constante transición entre un estado y otro del pigmento, en la mayor o menor densidad del tratamiento, en el contrapunto o conciliación entre la milagrosa inconsistencia sólida del papel de arroz y las propiedades de los recursos puestos.
El estatuto técnico y emocional de la autora transcurre entre la resonancia con tradiciones que ella hace explícitas, como la del sumi-e, así como busca con suficiente autonomía y sensitividad ciertas maneras del territorio impresionista, cerca también de las poéticas abstractas de artistas tan disímiles como Frankenthaler, Wyeth, o Zao Wou-Ki. No obstante, su predilección se concentra claramente en esa zona incierta y misteriosa donde toda familiaridad retrocede frente a la constatación de que la mancha, el gesto controlado, la caligrafía que se transfigura en arquitectura narrativa, y la confluencia de superposiciones, vibraciones, transparencias y capas fluidas de articulación tonal se despliegan como valores absolutos, saludablemente al margen de los acotados límites que instauran las influencias.
Eduardo Stupia

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